- Ya han llegado, jefe.
Dick se giró con vehemencia tras la larga espera. Allí estaban ellos. Los nuevos Nexus 30. No eran robots al uso; más bien eran mentes privilegiadas modificadas genéticamente. Pero no dejaban de ser humanos, eso sí, con habilidades extraordinarias. Su apariencia era la de los antiguos héroes griegos: hombres altos, fornidos, rubios, ojos azules y una sonrisa que aseguraba el flechazo de cualquiera que tuviera la suerte de recibir la mínima mueca.
No obstante, lo relevante era el perfeccionamiento genético que les había permitido desarrollar cualidades sobrehumanas: todos eran expertos en cualquier rama del conocimiento, llegando a almacenar la información equivalente a un millar de enciclopedias.
- Deberíamos proveerles de algunas habitaciones para asegurar su descanso -sugirió Marty, mano derecha del jefe, Dick.
- Ellos no necesitan descansar, salvo cuando nosotros lo consideremos necesario. Están preparados para trabajar. Llévales hasta las salas de monitores. Necesito que aprendan el funcionamiento de sus nuevos trabajos lo antes posible.
En apenas unos minutos, los nuevos Nexus 30 ya estaban integrados en sus nuevos quehaceres, puestos de auténtica responsabilidad. A K-511, nombre identificativo de uno de los Nexus 30, le habían adjudicado el desarrollo de una nueva vacuna contra la Perfidia, plaga que estaba asolando algunas zonas de Canadá.
Cuando despuntaban los últimos rayos de sol, K-511 ya había modificado y mejorado el medicamento, que saldría al mercado, según escuchó, en unos días, por el módico precio de cien mil dólares la dosis, el equivalente a un riñón doce años atrás.
K-511 empezaba a presentar síntomas de agotamiento. El supervisor no tardó en percibirlo.
- K-511, tienes que tomarte esto -le tendió una pastilla de color púrpura intenso.
El Nexus 30 obedeció e introdujo la pastilla en su boca. Caminó despacio hacia la salida. Aquella pastilla les ayudaba a reducir las características humanas que, como es natural, luchaban por aflorar. Dejaba de necesitar dormir, comer, ir al cine, reír, llorar... sentir. Era la solución para obtener la máquina perfecta, aquélla que se encuentra desposeída de individualidad.
K-511 salió por la puerta que daba al callejón trasero. Llovía. Escupió la pastilla y caminó hasta el bar más cercano. Tenía sed. Pidió una pinta y se sentó en un taburete, con la cabeza apoyada sobre la barra. Se sorprendió a sí mismo silbando Vangelis, que sonaba a todo volumen.
- ¿Puedo invitarte a un trago?
La joven que le ofrecía otra pinta tenía el pelo negro azabache y un piercing en el centro del labio. Llevaba ropa retro: pantalones de pitillo desgarrados y una camiseta en la que rezaba AC/DC. K-511 asintió. El resto de la noche se podría describir como las horas más humanas de su existencia, si es que a eso que él hacía se le podía llamar existir. La gente les miraba con gesto de sorpresa y desaprobación. Aquella mujer no debía estar allí. Hacía años que las habían considerado el sexo débil y, a esas horas, debían estar en casa, aprendiendo nuevos platos de cocina, su especialidad. No había mujeres entre los Nexus 30. Lo intentaron con la generación anterior, pero salió mal. Ellas se unieron y organizaron una revuelta que terminó con algunas fábricas incendiadas y unos cuantos jefazos defenestrados. Pensándolo mejor, igual salió bien, y eso fue lo que les dio miedo.
- K-511, toma esto. Debes regresar. De inmediato -la voz de Dick le borró al sonrisa de un plumazo.
Dick le tendía la pastilla púrpura. La maldita pastilla. Otra vez. K-511 miró a Nebula -así se llamaba la chica-, rozó con suavidad la punta de la navaja que llevaba en su mano derecha contra su brazo y le guiñó el ojo.
La pastilla púrpura salió despedida, sobrevoló el local y se desintegró en el vaso de cerveza donde aterrizó.