lunes, 4 de junio de 2018

Práctica 11: Un momento en el 2030


Sonó el despertador. Alargué la mano para apagarlo y a través de mis párpados medio cerrados pude ver cómo al pulsar el botón desaparecían los números azulados que flotaban sobre el despertador. Eran las 7:00, hora de ir a clase. Me senté en el borde de la cama mientras me estiraba y escuché la voz de mi inteligencia artificial.



-Buenos días, señora, ¿quiere que abra las ventanas de la habitación?

- Sí, por favor.- respondí aún adormilada.

La luz empezó a invadir cada rincón de la habitación. Era un día soleado y caluroso, nada propio en pleno mes de enero. Miré el lado de mi cama vacío y suspiré pesadamente.

-JARVIS, ¿mi marido se ha ido ya?- pregunté intuyendo ya la respuesta.

-El señor ha salido pronto de casa, me ha actualizado esta mañana a las 6:00 y ha salido de la casa a las 6:30, tenía esa importante reunión sobre el nuevo proyecto de ingeniería que mencionó ayer. Pero le ha dejado el desayuno listo a usted.

Sonreí ampliamente. A pesar de los años que llevábamos juntos, mi marido no dejaba de tener pequeños detalles que hacían que cada día fuera especial. Tras vestirme, salí de la habitación y me dirigí a la cocina para tomar el desayuno que mi marido me había preparado. Estaba muerta de hambre.

Mientras daba pequeños sorbos al té empecé a encender el ordenador y a preparar las gafas virtuales y la nueva cámara, la cual había adquirido hace apenas unos meses para tener mayor definición durante mis clases. Hacía ya 12 años que era profesora en un instituto de mi ciudad, y solo dos años atrás se empezaron a poner de moda los hologramas, los cuales hasta ese momento no habían interferido en el ámbito laboral. Y sin duda era solo cuestión de tiempo que llegara también al entorno académico. Ahora las clases se impartían de esa manera, con hologramas, ya no hacía falta asistir a clase, bastaba con que en el aula hubiera varios ordenadores que pudieran reproducir los hologramas de los alumnos y de los profesores. La verdad es que facilitaba mucho el trabajo el hecho de no tener que desplazarte y además era un ahorro de gasolina y una disminución de la contaminación, pero tenía el inconveniente de que hacía innecesario el salir a la calle, lo cual me llevaba a estar amplias temporadas encerrada en casa. Además, no había apenas interacción con los alumnos, siendo así las relaciones con estos más frías que durante mis primeros años de docencia.

Una vez encendida la cámara, me coloqué mis gafas de realidad virtual y me dispuse a abrir la aplicación que me permitía proyectarme en el aula, y en apenas unos segundos podía ver ante mí varias siluetas azules sentadas en el aula. Muchos de mis alumnos ya estaban allí reproducidos. Así dio inicio mi clase ese día, otro día en el que no salí de esas cuatro paredes que llamaba hogar.




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