martes, 27 de marzo de 2018

Práctica 2. Autobiografía lectora.


Por cualquier página los abro y los huelo. No todos los libros huelen igual, así como no todos sientan igual. Una vez escuché que “los libros se huelen, y después, algunos se leen”. Dicen que es una cuestión de química, se equivocan, son las partículas aromáticas de las historias y de los momentos embriagados por las sensaciones.
Los que huelen a lectura obligatoria pero acaban por incrustarse en tu pituitaria y cada vez que entras a casa quieres encontrarte con una carta de Aristóteles porque en El mundo de Sofía ocurre y en el mío también debe caber el olor a sorpresa. La fragancia de tranquilidad cuando terminas No pidas sardinas fuera de temporada y te das cuenta que eso que sientes por el chico de séptimo no solo te pasa a ti, sino también a Flanagan. Papel mojado olió a eso mismo, a papel mojado; pero piensas en aquello de “no hay libro tan malo que no tenga algo bueno” y que el tufo a decepción forma parte de la aventura lectora. El que huele a tu lengua y lo sientes más tuyo cuando paseas por Alcoi-Nova York, y sabes que nunca volverás a caminar sola por los rincones de tu pueblo, sino junto a los pasos de Isabel-Clara Simó.
En Los renglones torcidos de Dios la locura, como a su protagonista, se adueñó de un día de verano; menos de 24 horas y ya había olido cada uno de sus renglones sintiendo el perfume que genera el ansia por un final. La esencia de la empatía, el hedor a miedo que se apoderó de mí en Mecanoscrit del segon origen al preguntarme qué haría yo si fuese Alba y quién sería mi Dídac. Ese aroma a fidelidad después de Castillos de cartón…supe que jamás, jamás podría dejar de oler a Almudena Grandes.
Los vuelvo a abrir, a oler. Los libros huelen, son la magdalena de Proust de los aromas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario