Me considero autodidacta pues aprendí a leer por mí misma
aunque sin saber cómo ni por qué, y menos aún, porqué escogí un libro sobre una
granja sin rebeliones cuando yo siempre he sido más de soñar con grandes ciudades como París,
en la que tuve la suerte de vivir mi propia Vie en Rose mientras acababa la
carrera de mis sueños (una en la que mi capacidad de comunicación fuera mi
herramienta esencial de trabajo).
Pero volviendo a mi infancia, diré que recuerdo mis paseos
por las bibliotecas, cualquiera era una puerta interesante para acceder a un mundo
de fantasía. Me cuentan que me quedaba embobada ante Barrio Sésamo, supongo que
el monstruo de las galletas sería mi favorito, ya que los dulces son mi perdición y lo de devorar cualquier papel con más de una frase siempre me ha resultado atractivo.
Ese ansia por saber y conocer mundo me llevó a ser una apasionada de los
viajes, aunque francamente estos nunca fueron mis libros favoritos, ya que si bien es cierto que pasar 5 semanas en
globo o recorrer 20.000 leguas de viaje submarino sin salir de casa no estaba nada mal, yo quería vivir nuevas experiencias y aprender más y más al igual que Matilda.

Como buena princesa moderna, iba a clase (bueno por eso y porque soy bastante torpe y mi madre no quería dejarme usar la rueca después de lo ocurrido en otro reino) y allí también me descubrieron algunos autores interesantes como Jordi Sierra i Fabra, que fue uno de los que más me gustó porque el también creía que las muñecas podían ser viajeras.
Mis libros son mi mayor tesoro y he encontrado poetas que elevan
la belleza a su máximo exponente. Rubén
Darío habla de nuestra tristeza en su Sonatina, Neruda de nuestros cabellos
cayendo como una catarata de aguas oscuras y Benedetti de nuestros desamores
con algunos plebeyos.
Confieso que he soñado
con un mundo ideal pero no me hace falta que me despierten con un buenos días para
gritar a los cuatro vientos que la vida es bella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario