domingo, 25 de marzo de 2018

Práctica 2: Autobiografía lectora y audiovisual de una princesa de los 80

      Empecé a leer al poco de saber hablar, y eso que nací hablando según me recuerdan con frecuencia algunos de los habitantes de mi pueblo natal.
      Me considero autodidacta pues aprendí a leer por mí misma aunque sin saber cómo ni por qué, y menos aún, porqué escogí un libro sobre una granja sin rebeliones cuando yo siempre he sido más de soñar con grandes ciudades como París, en la que tuve la suerte de vivir mi propia Vie en Rose mientras acababa la carrera de mis sueños (una en la que mi capacidad de comunicación fuera mi herramienta esencial de trabajo).
      Pero volviendo a mi infancia, diré que recuerdo mis paseos por las bibliotecas, cualquiera era una puerta interesante para acceder a un mundo de fantasía. Me cuentan que me quedaba embobada ante Barrio Sésamo, supongo que el monstruo de las galletas sería mi favorito, ya que los dulces son mi perdición y lo de devorar cualquier papel con más de una frase siempre me ha resultado atractivo. Ese ansia por saber y conocer mundo me llevó a ser una apasionada de los viajes, aunque francamente estos nunca fueron mis libros favoritos, ya que si bien es cierto que pasar 5 semanas en globo o recorrer 20.000 leguas de viaje submarino sin salir de casa no estaba nada mal, yo quería vivir nuevas experiencias y aprender más y más al igual que Matilda.
      A pesar que compartía valores con otras princesas: apreciar la belleza interior como Bella (y por cierto luego me enteré que había un Principito para el que también "lo esencial es invisible a los ojos"), o el respeto por la naturaleza y tolerancia de la mano de una Pocahontas con la que además, compartía el look, me di cuenta que ellas tenían un objetivo diferente al mío. Ellas querían comer perdices en su castillo y con un príncipe, mientras que yo, en cambio, quería hacer las cosas por mí misma, me sentía diferente, disfrutaba de los pequeños detalles como Amélie, reía con Mortadelo y Filemón y Zipi Zape, y quería tener poderes como Kika.

   Como buena princesa moderna, iba a clase (bueno por eso y porque soy bastante torpe y mi madre no quería dejarme usar la rueca después de lo ocurrido en otro reino) y allí también me descubrieron algunos autores interesantes como Jordi Sierra i Fabra, que fue uno de los que más me gustó porque el también creía que las muñecas podían ser viajeras.
      Mis libros son mi mayor tesoro y he encontrado poetas que elevan la belleza a su máximo exponente. Rubén Darío habla de nuestra tristeza en su Sonatina, Neruda de nuestros cabellos cayendo como una catarata de aguas oscuras y Benedetti de nuestros desamores con algunos plebeyos.
 
      Confieso que he soñado con un mundo ideal pero no me hace falta que me despierten con un buenos días para gritar a los cuatro vientos que la vida es bella.

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