No recordaba el momento en que me interesé por la lectura. De hecho, hace un tiempo habría dicho que nunca me ha interesado leer; sin embargo, ahora que echo la vista atrás y me visualizo de niña, recuerdo cuando mi padre actuaba como si de una representación teatral se tratara con unos versos del Don Juan.
Siempre me decía que acercarse a la literatura, era acercarse a uno mismo, pues te conoces más y descubres lugares exóticos y sensaciones que nunca antes habías sentido.
Por eso, decidí lanzarme a leer Romeo y Julieta, de Shakespeare; intenté buscar después en la película las mismas sensaciones, pero, al no encontrarlas, me dí cuenta de que algo había nacido en mí: ansias por seguir poniéndome en el lugar del bueno, del villano, de la condesa o de la princesa.
Tras una serie de regalos por cumpleaños o celebraciones como la primera comunión y, por tanto, una variada lista de libros y cómics, supe que preferiría antes los cómics de las Witch que la narrativa de Kika superbruja. Y otra variada lista que organicé conforme iba viendo la librería del despacho de mi padre: Don Juan Tenorio se convirtió en la obra que marcaría mi vida, mis ganas por ir al teatro a ver la representación, El castigo sin venganza de Lope de Vega, el cual tuve que leerlo varias veces para entenderlo; mi imaginación no daba para tanto, hasta llegar al instituto y lanzarme a una lectura autónoma del teatro del Barroco, la época que más he disfrutado desde que me definí como amante literaria. Me encantaba convertirme por momentos en Celestina, en la Doña Isabel de La Dama duende o en una futura Adela cuando el teatro del siglo XX llegó a mLa casa de Bernarda Alba.
is oídos el día que mis padres nos llevaron a ver la representación de
Desde entonces y hasta ahora, sigo sintiendo el drama, la pasión y los celos como esos personajes muestran en sus diálogos en mi género literario favorito. Desde entonces y hasta ahora, pocas obras narrativas recuerdo que me hayan marcado tanto como un monólogo interior dentro de La vida es sueño.
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