No recordaba el momento en que me interesé por la lectura. De hecho, hace un tiempo habría dicho que nunca me ha interesado leer; sin embargo, ahora que echo la vista atrás y me visualizo de niña, recuerdo cuando mi padre actuaba como si de una representación teatral se tratara con unos versos del Don Juan.
Siempre me decía que acercarse a la literatura, era acercarse a uno mismo, pues te conoces más y descubres lugares exóticos y sensaciones que nunca antes habías sentido.
Por eso, decidí lanzarme a leer Romeo y Julieta, de Shakespeare; intenté buscar después en la película las mismas sensaciones, pero, al no encontrarlas, me dí cuenta de que algo había nacido en mí: ansias por seguir poniéndome en el lugar del bueno, del villano, de la condesa o de la princesa.

Desde entonces y hasta ahora, sigo sintiendo el drama, la pasión y los celos como esos personajes muestran en sus diálogos en mi género literario favorito. Desde entonces y hasta ahora, pocas obras narrativas recuerdo que me hayan marcado tanto como un monólogo interior dentro de La vida es sueño.
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